Sobre Papel de Lija

Silbidos,  abucheos y otras delicatessen

 

Juan Carlos Fernández

www.juancarlosfernandez.es

 

Hace bien la ministra de Defensa, doña Margarita Robles, en sentirse incómoda con los silbidos, abucheos o increpaciones que sufrió el presidente del Gobierno, el doctor Sánchez, en la jornada de la Fiesta Nacional. No me parece adecuado en ningún ámbito que se prodiguen estas manifestaciones de desagrado estentóreas, y menos en un ambiente en el que se trata de celebrar una jornada de exaltación de los valores patrios (no sé si esto quedará muy facha, aunque no creo, porque los de Podemos también hablan de patria). Lo he dicho siempre: hay que separar la crítica, que se puede ejercer con toda dureza, pero nunca la descalificación. De modo que me parece fatal que se haya vociferado en la Castellana contra el presidente. Creo que hay otros momentos para manifestarse, aunque, claro está, que cada palo aguante su vela.

Lo que pasa es que hay una ligera incongruencia. Si, como dice la ministra, «no tienen cabida aquéllos que hacen del insulto y de la falta de respeto a las instituciones su modo de convivencia y su forma de expresión», ¿qué pinta entonces el Gobierno apoyándose en quienes, con total desparpajo y a diario, se conducen del modo que critica doña Margarita? Por cierto, la señora Robles procede de la carrera judicial. Sería bueno saber si comparte la sentencia de su colega el juez Pedraz, de la Audiencia Nacional, que falló que una sonora pitada al jefe del Estado en un partido de fútbol no tenía relevancia penal por estar amparada por la libertad de expresión. A mayor abundamiento: ¿no es más cierto que el Gabinete tiene previsto modificar el Código Penal, en virtud de sus acuerdos con Podemos, para que el reproche penal por injurias al rey sea menor? ¿Se compadece todo esto con sus manifestaciones después del abucheo al presidente?

En fin, tampoco dramaticemos, ya sabemos que los políticos suelen tener anchas espaldas y están acostumbrados a que les apostrofen con frecuencia, y que no pocos se acomodan al viejo dicho que reza «lo que se ajusta a mi gusto es lo justo», es decir que las cosas valen según para qué momento. En cualquier caso, parece que va en el cargo tener que soportar tales inconveniencias. Bueno, no todos tienen tanto aguante. Hace unos días una diputada ha llamado imbécil al diputado Rufián porque parece ser que se dirigió a ella como «palmera» y le guiñó un ojo. Ya sabemos que al diputado separatista se le da una higa la cortesía parlamentaria y que como ha sembrado abundantes vientos bueno será que recoja alguna que otra tempestad dialéctica. Y si puede ser, alguna sanción. Lo que no sé es si hay que tomar la cosa por la vía del machismo (o del sexismo, como tanto se predica ahora), porque en mi dilatada trayectoria como observador (y actor) de la cosa política, he escuchado multitud de veces hablar de «palmeros» con referencia a hombres o a grupos de personas. Al fin y al cabo, un palmero no es sino quien jalea o aplaude, es de suponer que con algún entusiasmo, lo que hace o dice otro. No sé si dedicar el calificativo a un hombre estará igual de mal. Lo de guiñar el ojo, desde luego, no es apropiado, aunque peores gestos seguro que se han visto. Pero, en fin, en comparación con las muchas barbaridades que se han dicho en las cámaras, y con las que ha proferido el tal Rufián, me parece exagerada la reacción de la diputada. La verdad es que en estos casos lo que queda mejor es la ironía, que es hasta más efectiva que el exabrupto. Por ejemplo, haberle recordado al tal Rufián que él sí que es palmero, de los golpistas, por ejemplo, como hizo Aznar días atrás. Todo ello sin perjuicio de que el término que la señora diputada empleó seguro que casa con el apostrofado: «alelado, de flaca inteligencia», del latín imbecillis, «débil en grado sumo», según el Coromines. Lo dicho, que me gusta más la ironía. Por cierto, si el Parlamento no se parece a una taberna, mejor que mejor.