Sobre papel de lija

Constitución e inquietud ciudadana

Juan Carlos Fernández

 www.juancarlosfernandez.es

El pasado cinco de noviembre, con un mes de anticipación por motivos de programación y agenda, conmemoramos en el Foro Zafrense las cuatro décadas de vigencia de la Constitución Española de 1978, y lo hicimos con una conferencia del catedrático Benigno Pendás. Quisimos dar a este acto, desde el primer momento, tal carácter conmemorativo porque estamos convencidos de que hay que celebrar aquello que nos aporta algo positivo, lo que nos es grato. Premisas que, respecto del texto constitucional, se cumplen y avalan el aplauso, aunque siempre se podrán hacer críticas sensatas. Debe resultarnos grata la Constitución porque nos ha aportado un marco convivencial estable, esto es: derechos, deberes, certezas y seguridad jurídica más allá de coyunturas, y goce de todas las libertades exigibles. Y es innegable que hemos alcanzado el mayor desarrollo económico y social conocido en España.

Bajo estas premisas, como ciudadanos nos vemos obligados a manifestar nuestra preocupación ante la presión que determinados sectores políticos ejercen sin la menor consideración hacia la realidad histórica. Señalamos a dos especies que buscan la debelación del sistema constitucional. De un lado, quienes buscan acabar con la unidad nacional para vivir una vida independiente que, según dicen, les libraría de todos sus males que, por supuesto, son culpa de España. Del otro, quienes anhelan que experimentemos la felicidad de otro régimen, y que toman como ejemplo a la II República Española, ejemplo incontestable de democracia fallida, pero que en realidad desean (disimuladamente o de frente y por derecho) lo que entonces persiguieron: el nirvana marxista, que desde sus inicios hasta ahora consistió y consiste en miseria, desesperanza y muerte.

Consideración distinta merecen quienes promueven modificaciones puntuales del texto, sin llegar al proceso constituyente. En este caso, la cuestión es: ¿Qué hay que cambiar? ¿Por qué? ¿Para qué? La indefinición, la ambigüedad, el riesgo de que incoar un proceso de reforma para sólo algunas cosas derive en la apertura en canal de la Constitución son motivos de temor. Y este temor no es irracional, ni consecuencia del inmovilismo. La virtud de nuestro texto de 1978 radica en que el constituyente, con acertado y insoslayable criterio, diseñó un nuevo régimen que habría de asentarse en el establecimiento de una democracia plena, al uso de los países más avanzados, y en la reconciliación nacional. Trataron (y lo venían consiguiendo) de superar las heridas de nuestro traumático pasado. Lograron redactar un texto radicalmente distinto del de 1931 porque no era de parte, sino que pudo ser aceptado por todos, para lo que todos cedieron: se logró que la paz no fuera al modo de ese «esfuerzo de todos contra todos» que decía Montesquieu.

Ahora, los ciudadanos de a pie que tenemos alguna preocupación por el futuro de nuestra nación (de nuestros hijos) por fuerza tenemos que plantearnos cuáles son las mejores alternativas ante las presiones políticas de quienes embisten constantemente contra nuestro marco jurídico-político, empezando por atacar a la Monarquía plenamente conscientes de que, como «espinazo nacional» (José Antonio Zarzalejos), fracturándola todo es posible. Y tenemos que ser prudentes porque es mucho lo que nos jugamos.

En mi opinión, uno de los temores ante cualquier proceso de modificación constitucional es que no se aborde mediante el espíritu de consenso de 1978. Esto seguramente provocaría las primeras chispas de un incendio político que empezaría en el Congreso de los Diputados, y que en seguida se extendería (sin duda alguna, por diputados e (ir)responsables políticos) a la calle, y cuyos resultados serían inciertos, aunque en el corto plazo supondrían una grave fractura de la convivencia y de la prosperidad. Como preocupación adicional añadiría las dudas que plantea el Partido Socialista en algunos momentos, cuando se perciben detalles no diré que de desapego, pero sí de alguna displicencia: tal vez sólo pretendan arañar algunos votos más a su izquierda, pero es alarmante. Del lado de estribor, el Partido Popular se manifiesta una y otra vez partidario del statu quo, si bien más a su derecha Vox se lanza abiertamente a pedir, por ejemplo, la supresión de las autonomías, algo que, por mucho que los califiquen de ultraderecha (no sé si lo son, aunque ciertamente están más a la derecha del Partido Popular), también piensan bastantes votantes de izquierdas. O al menos, bastantes de los que yo conozco.

Dicho esto, y sin entrar en más detalles, ¿qué es lo que un ciudadano normal puede desear y exigir? Primero: que todos se esfuercen en hacer ver que aunque hay cosas que funcionan pésimamente, y a pesar de los pesares, nunca nos vimos en mejor situación en España. Segundo, convencernos de que el continuo recurso dialéctico indeterminado a la reforma constitucional no es deseable, lo que nos lleva a lo tercero: si lo que hay funciona aunque requiera mínimos ajustes, cuando estos se expliquen y haya consenso, aborden lo que fuere menester dejando de lado cualquier pulsión populista, sea esta levógira o dextrógira.

¿Qué se hace imprescindible para todo esto? Que en nuestra política haya más hombres de Estado y menos de disciplina partidista con anteojeras. Que se ceje en la idealización injustificable e insensata de tiempos pasados. Que se asuma sin complejos el sentido de lo español. Que no se caven zanjas, que pueden acabar siendo trincheras. En definitiva, que no caigamos en la tentación de socavar los cimientos de un edificio que tanto costó erigir.

No me extiendo más, pero me permitirá el lector, ya que estamos de conmemoración, que termine como me pide el cuerpo: ¡Viva España! ¡Viva la Constitución! ¡Viva el Rey!