Sobre Papel de Lija
La razón de un título
Juan Carlos Fernández
http://www.juancfernandezescritor.es
El avispado lector habrá advertido que la sección de opinión que este medio me ha reservado tan amablemente lleva por título «Sobre papel de lija». Por si alguna curiosidad ha despertado, paso sin más preámbulos a explicar el porqué de esa denominación.
Leí hace años a Juan Manuel de Prada que la escritura es una «severa y gozosa esclavitud». Me quedé con la frase y la repito cada vez que puedo, porque me parece que define con acierto el vicio que adquiere el escribidor de poner sobre el papel y dar al concejo todo aquello que se le viene a las mientes. Al final, escribir se convierte en una necesidad. Lo que no garantiza, claro está, que todo aquello que los atrevidos que echamos mano de la pluma dejamos dicho sea digno de atención. Entre la ingente producción escrita abundan barbaridades de todo jaez. Ortega hacía notar que una de las obras de caridad de nuestro tiempo debería ser no escribir cosas innecesarias. Pero el vicio es el vicio. Qué bien lo explicaba Hesse: «(…) quería ser escritor, ya fuese fácil o difícil, ridículo o respetable.»
Conocedores de tu desenfreno, te piden tus opiniones. Y tú, vanidad de vanidades, entras al trapo y, con el ánimo de colaborar y porque te va la marcha, redactas un artículo. La verdad es que te divierte, y además te parece un excelente ejercicio para mantener desentumecidas tus neuronas. Pero también lo haces por algo. Escribes porque tienes algunas ideas; lo mismo da que sean buenas, malas o estúpidas, porque las tienes y quieres transmitirlas. Crees que estás sujeto a un cierto imperativo moral que te obliga a participar en el debate social de modo ordenado. Con certeza eres un iluso, pero te puede la pulsión de intentar influir, aunque sólo sea, como decimos por aquí, «un algo».
Y ya que te pones, intentas hacerlo lo mejor que sabes. Sin duda te equivocarás, colarás algún que otro solecismo, trastocarás alguna coma y omitirás tildes. Pero te esmeras en cuidar el fabuloso instrumento que la inteligencia del hombre ha desarrollado: el lenguaje. Haces cuanto está en tu mano por no pisotear el idioma. De añadidura, en los tiempos que corren tienes que mantener una resistencia numantina frente a las sandeces que derivan del uso de eso que llaman «lenguaje inclusivo», variedad del tostón del «lenguaje políticamente correcto», lo que de inmediato te convierte en un carca indeseable y recalcitrante y habilita, por supuesto, a cualquiera que quiera ponerte como chupa de dómine. Pero el empeño, crees, merece la pena. Por eso que decía antes, por el compromiso social, y tal y cual. Y, como ponía arriba, por un punto de vanidad y, por qué no, de soberbia.
Pero después de años escribiendo artículos de opinión, siempre te queda la duda. ¿Sirve esto, realmente, para algo? ¿Consigues que en la conciencia de alguien cale siquiera una ínfima parte de tus tesis? ¿Realmente merece la pena que des al público tus textos, que te expongas a que algún energúmeno te insulte por opinar distinto? Aquí, en estas interrogantes, amable lector, está la explicación del título de la sección: «Sobre papel de lija».
Coge la mejor de tus plumas (estilográficas, oiga). Ten ese día las musas de tu parte y concibe algún pensamiento original. Acierta con el estilo y encuentra frases ingeniosas y redondas. Pero si te pones a escribir sobre lija, por muy fino que sea su grano, sólo conseguirás dos cosas: estropear el plumín y, de añadidura, no dejar escrito nada. Esta es la explicación. La sensación de que muchas veces, demasiadas, tu esfuerzo es inútil. Esto, desde luego, no deja de ser vanidad: ¿Quién rayos eres tú para querer influir en nadie? Y, sin embargo, sigues y desprecias el acto de humildad suprema que es callar. Aunque duela la abrasión del puñetero papel de lija. Pues eso.